domingo, 8 de diciembre de 2013

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La Guerra de los Treinta Años fue una guerra librada en la Europa Central entre los años 1618 y 1648, en la que intervino la mayoría de las grandes potencias europeas de la época. Esta guerra marcará el futuro del conjunto de Europa en los siglos posteriores.



La Guerra de los Treinta años se inició cuando un católico, Fernando II, en el año 1617, fue coronado como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y rey de Bohemia, ante la oposición de la mayoría protestante, sobre todo calvinista, que solicitó apoyo a países extranjeros.

Esta disputa iniciada por motivos religiosos, pronto se desnaturalizó, ya que Francia, católica se unió a los protestantes de Holanda y Suecia, mientras que Alemania, luterana, pero con un gobierno católico, luchó junto a los estados católicos de España y Austria. Estos países privilegiaron más extender sus dominios, que los motivos religiosos. 


Los territorios alemanes fueron objeto de la codicia de Francia, España, Suecia y Dinamarca. El 10 de junio de 1619, en la batalla de Sablat, Austria, demostró su valor y potencia militar al derrotar a los protestantes de Bohemia, al mando del conde Thurn.
Sin embargo, la parte norte y sur de Austria, se unió a los Bohemios, reemplazando al rey de Bohemia, Fernando II, por Federico V, Elector del Palatinado, y líder de la Liga de la Unión Evangélica.

En 1629, el rey depuesto, con sus fuerzas unidas, venció a su reemplazante cerca de la ciudad de Praga, trayendo como consecuencia, la desintegración de la Liga de la Unión Evangélica y la pérdida de tierras para los protestantes de Bohemia, además de sus títulos de nobleza. Se apoderó además de Moravia y el Palatinado.

Cristian IV, brindó ayuda a los de su mismo credo en Alemania, contra el Sacro Imperio, gobernado por Fernando II. 

El rey dinamarqués sufrió una aplastante derrota en Lutter en el año 1626. Tres años más tarde, se arribó a un acuerdo, el tratado de Lübeck, por el cual, Cristian IV, conservó su poder en Dinamarca a cambio de retirar su apoyo a los protestantes alemanes. Se estableció el “Acta de Restitución” por la cual, la iglesia católica recuperó sus dominios en territorios protestantes.

Gustavo Adolfo, arrasó con los ejércitos católicos de Tilly y Wallenstein, mediante ataques “relámpago”, afirmando el poder de Suecia sobre el mar Báltico. Este hábil guerrero, venció a la Liga Católica en la Batalla de Breitenfeld,  y en la de Lech. El rey sueco murió en la batalla de Lutzen, en 1632, aunque su pueblo se alzó con la victoria.


La Paz de Praga, establecida en el año 1635, intentó poner punto final a este largo y cruel conflicto, dejándose los límites establecidos a la fecha designada en la Paz de Augsburgo, estableciéndose un único ejército del Sacro Imperio Romano Germánico, formado por las fuerzas del emperador y los estados de Alemania.

La Francia católica, de Luis XIII, y del primer ministro, Cardenal Richelieu, no estaba satisfecha con la paz lograda y se unió a Suecia y a Holanda, países protestantes, desatando la ira de España, que hostigó los dominios franceses, sitiando París.



Fue con la muerte del Cardenal Richelieu, en 1642, y la de Luis XIII en 1643, cuando comenzó a vislumbrarse la posibilidad concreta de paz.
Tras la derrota española en Lens, ocurrida en octubre del año 1648, se firmó la paz de Westfalia, por la cual los Habsburgos comenzaron a sentir la pérdida de su inmenso poder.

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