miércoles, 11 de diciembre de 2013

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La Era Meiji de la historia de Japón abarcó el período situado entre los años de 1868 a 1912. Es inmediatamente posterior a la época Edo, hacia cuyo final fue cuando sucedió el "Ishin".

El proceso de industrialización de Japón muestra características peculiares del desarrollo capitalista, apartándose considerablemente de los modelos europeos. Dos factores determinaron la revolución Meiji y el fuerte intervencionismo estatal.



Antecedentes

Bajo del régimen Tokugawa se consolidó un régimen feudal basado en un rígido sistema de castas y la concentración del poder en un jefe militar llamado shogun. Durante este largo período, Japón se mantuvo aislado de Occidente. En 1639 se prohibió la entrada a todos los occidentales, exceptuando a los mercaderes holandeses e inaugurando así la política llamada sakoku.

Revolución Nacional Meiji
La revolución Meiji no obedeció en ningún momento a un plan preciso; los revolucionarios fueron enterándose de los temas y de las soluciones mediante la reiteración del proceso ensayo-error, a través de aproximaciones sucesivas.


El último shogun devolvió formalmente el poder al emperador. Pero pese a las apariencias formales de legitimidad, la restauración Meiji fue un golpe de Estado organizado por grupos descontentos de la periferia de la elite existente. Se apoderaron de la antigua institución del trono, la utilizaron como cobertura para aplastar el sistema feudal de vasallaje y los centros de poder casi independientes. Tomaron en sus manos y centralizaron las instituciones de control políticas y económicas con gran rigor y eficacia.

Los samuráis del sudoeste de Japón pretendían evitar el destino del resto del mundo no occidental (la colonización a manos de las potencias imperialistas), al tiempo que sometían a un campesinado cada vez más rebelde y empobrecido.


La Era Meiji

En plena etapa de expansión comercial y territorial del capitalismo, Gran Bretaña, Estados Unidos y Holanda le exigieron a Japón la cesión de ventajas económicas. Por ello, hacia mediados del siglo XIX, Japón fue “invadida” por comerciantes y mercaderes occidentales. Frente a esta situación, el gobierno imperial realizó profundas reformas que crearon un nuevo Estado en el Japón.


En 1868 el emperador Mutsu-Hito Meiji asumió el control político de todo el país. Obligó a los señores feudales a entregar sus tierras y los nombró como gobernadores de provincia a sueldo del imperio. Abolió la servidumbre, entregó tierras en arrendamiento para el cultivo, estableció el servicio militar obligatorio, terminando así con los ejércitos privados.

También en este período se impulsaron nuevas actividades económicas. Debido a la escasez de hierro y de carbón, las primeras industrias que se desarrollaron fueron las del algodón y de la seda. No requerían una gran maquinaria, pero sí una abundante mano de obra.

Con el tiempo, el crecimiento de estas actividades permitió a Japón acumular capitales para luego desarrollar otras industrias.



La revolución Meiji fue una “revolución desde arriba”, dirigida por los altos estamentos contra el feudalismo, que paralizaba el desarrollo económico de las islas, en favor de las poderosas familias del shogunado. Había que entrar en la órbita del mundo moderno y estar a la par al “desafío” Occidental.

Se enviaron varios especialistas japoneses para analizar los gobiernos extranjeros y para seleccionar sus mejores características que se aplicarían en Japón; se redactó un nuevo código penal a imagen del francés, se estableció un Ministerio de Educación en 1871 para desarrollar un sistema educativo basado en el de Estados Unidos, que fomentaría una ideología nacionalista y la exaltación del emperador. El país experimentó un rápido crecimiento industrial bajo el control del gobierno. 
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