En junio de 1948, los aliados occidentales (americanos, británicos y franceses), ante las dificultades de abastecimiento con que se encontraban para sus respectivas zonas de ocupación, decidieron unificarlas y crear una moneda única, el nuevo marco, válida para el territorio alemán de dichas zonas.
En respuesta a esta decisión, Stalin ordenó el bloqueo de Berlín, es decir, de las tres áreas de la ciudad ocupadas por los aliados occidentales, convencido de que éstos se verían obligados a abandonar la ciudad.
El problema era muy grave porque la antigua capital de Alemania había quedado geográficamente situada en medio de la zona soviética de Alemania y para llegar a ella por carretera o ferrocarril se precisaba el permiso soviético.
El bloqueo duró un año y fue levantado en mayo de 1949. Los occidentales habían conseguido suministrar por aire, a través de 700 vuelos diarios, todos los productos que la ciudad consumía (alimentos, medicinas y otros artículos).
El Muro de Berlín
La maltrecha economía soviética y la floreciente Berlín occidental hicieron que hasta el año 1961 casi 3 millones de personas dejaran atrás la Alemania Oriental para adentrarse en el capitalismo.
La RDA comenzó a darse cuenta de la pérdida de población que sufría (especialmente de altos perfiles) y, la noche del 12 de agosto de 1961, decidió levantar un muro provisional y cerrar 69 puntos de control, dejando abiertos sólo 12.
Acompañando al muro, se creó la llamada "franja de la muerte", formada por un foso, una alambrada, una carretera por la que circulaban constantemente vehículos militares, sistemas de alarma, armas automáticas, torres de vigilancia y patrullas acompañadas por perros las 24 horas del día. Tratar de escapar era similar a jugar a la ruleta rusa con el depósito cargado de balas. Aun así, fueron muchos los que lo intentaron.
En 1975, 43 kilómetros del muro estaban acompañados de las medidas de seguridad de la franja de la muerte, y el resto estaba protegido por vallas.
Después de 28 años de oprobio, las políticas reformistas impulsadas desde mediados de la década de 1980 en la Unión Soviética por el líder soviético Mijail Gorbachov se tradujeron en la decisión de abrir poco a poco las fronteras de la República Democrática Alemana. El 9 de noviembre de 1989, finalmente, y después de una breve conferencia de prensa realizada por el jefe de prensa del Partido Comunista oriental, se anunció, visado mediante, la libertad para viajar hacia la otra Alemania o a cualquier parte del mundo, elecciones libres y la configuración de un Nuevo Gobierno.
Los alemanes del este reaccionaron de inmediato. Miles de berlineses, tanto del lado oriental como occidental, se aglomeraron frente al muro y sus barreras fronterizas tomando parte ese mismo día en una de las acciones político-sociales más relevantes del siglo XX: la caída del muro de Berlín.
Pero ahora muchas manos desde el otro lado se extendieron para ayudarlos. Como tantos otros, esa larga noche del jueves 9 de noviembre, saltaron finalmente las barreras que fueron completamente inútiles, paseándose felices por las iluminadas calles de Berlín Occidental.
Desde Leipzig hasta Dresde, más de un millón de alemanes se movilizaron exigiendo libertad de expresión y movimiento, liberalismo político, cese de discriminaciones y privilegios y el reconocimiento oficial de los representantes de los partidos políticos de oposición. El socialismo soviético había caído y, con él, su “muro de la vergüenza”.
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